¿Qué harías tú si tuvieras que vivir en un territorio concreto sin poder salir salvo autorización previa, si te quitaran tu ciudadanía o si la educación de tus hijos e hijas tuviera que ser inferior a la educación de los de tus vecinos, todo ello simplemente por tu color de piel?
Esas eran algunas de las 1.700 leyes y disposiciones que garantizaban la segregación racial dando forma a un “genocidio moral”, según el propio Nelson Mandela, llamado apartheid (separación, en lengua afrikáans).
Tal día como hoy hace 56 años, un grupo de personas se manifestaba en contra de dicho régimen racista, en un pueblo llamado Sharpeville (Sudáfrica). Aunque las versiones de los hechos son diversas, las conclusiones fueron claras: 69 personas muertas, entre ellas niños y niñas, más de 180 heridas y miles de personas detenidas.
El apartheid no empezó su desmantelamiento hasta 1989, tras la liberación de Nelson Mandela en 1991, que estuvo 27 años encarcelado, cuando el Congreso Nacional Africano y otros partidos de izquierdas dejaron de ser clandestinos. El proceso acabó con las primeras elecciones democráticas en 1994 en las que Mandela consiguió la presidencia del país, y lo que podía haber sido una guerra civil acabó en la reconciliación de blancos y negros. Los avances han sido muy importantes, aunque Sudáfrica, un país rico en diamantes y oro, sigue siendo el país con más desigualdades del planeta, el 20% de los ricos acapara el 60% de la riqueza, hay un asesinato cada 45 segundos y una violación cada 30, el salario medio anual de un negro es de 1.000 euros y el de un blanco de 7.000.
La discriminación racial existe en todo el mundo desde los países más ricos a los más pobres y se acentúa en los momentos actuales de crisis económica, crisis humanitaria y crisis de valores. En una sociedad en la que la culpa siempre es del otro, frases como “vienen aquí a quitarnos el trabajo”, “se llevan todas las ayudas sociales”, “acaban con el sistema sanitario”, se pueden oír a diario, discursos que acaban generando el odio y el racismo, y que no tienen ninguna base realista si se analizan de forma objetiva. La diversidad cultural y riqueza de la raza humana deben dejar de dar miedo, deben ser una oportunidad de descubrir talento y de general riqueza.
Lamentablemente la discriminación racial va unida al estatus social, abrimos nuestras puertas a las personas que puedan comprar un piso de 500.000 euros, y no nos importan su color de piel, ni su cultura, ni su religión, y sin embargo en una UE rica vamos cerrando las puertas a las personas que realmente nos necesitan. Los dobles discursos solo generan racismo y discriminación.
En este contexto, es sumamente importante el trabajo en educación y en tolerancia, importantes los medios de comunicación e importante que el cambio empiece en cada uno de nosotros y nosotras. Desde nuestra labor sindical debemos luchar contra cualquier tipo de discriminación y por supuesto contra la discriminación racial. Seamos un ejemplo para el resto de la sociedad.
“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su origen, o su religión. La persona tiene que aprende a odiar, y si se pueden aprender a odiar, también se puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario” (Nelson Mandela).
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