Día Internacional del Periodista: 20 han sido asesinados en 2020 y 244 permanecen encarcelados, un trágico balance contra las libertades
La ONU conmemora el 8 de septiembre el “Día Internacional del Periodista”. Un día que, en nuestro país, se traslada al 24 de enero por tradición católica, al considerarse a San Francisco de Sales como patrón de periodistas y escritores. El Día Internacional del Periodista reconoce la labor de los informadores en todo el mundo y se recuerda a quienes han fallecido en el ejercicio de su trabajo, que está estrechamente relacionado con la preservación de los derechos fundamentales ligados a la democracia. De hecho, la propia ONU, a través de la Unesco, reserva otro día, el 3 de mayo, a la Libertad de Prensa.
Desde el punto de vista laboral, el trabajo de un periodista tiene muchas variantes. Podemos empezar por las tareas que a priori parecen más tranquilas, como desarrollar el trabajo en una redacción o en una agencia de comunicación, donde los riesgos laborales están ligados sobre todo al estrés, los riesgos psicosociales en general y los riesgos ergonómicos propios del sedentarismo; y terminar en la peligrosa profesión de corresponsal de guerra.
Entre ambos extremos, un enorme abanico de categorías de periodista o de comunicadores cuyo principal riesgo, a veces, es simplemente informar.
Nueve corresponsales españoles asesinados en conflicto desde 1980
Desde que se recogen los datos, 1980, nueve corresponsales españoles, ya sean periodistas, fotógrafos o cámaras, han sido asesinados en zonas de conflicto.
El último periodista español asesinado fuera de nuestras fronteras fue Ricardo Ortega. Murió de dos disparos durante las protestas de Haití el 7 de marzo de 2004. Cubría los disturbios para la televisión Antena 3.
Menos de un año antes, dos golpes seguidos en Irak: el 7 y el 8 de abril de 2003 fueron asesinados el cámara José Couso, de Telecinco, y el corresponsal de El Mundo Julio Anguita Parrado. También trabajaba para El Mundo Julio Fuentes, que murió en el ataque a su caravana en Jalalabad, Afganistán, en 2001. En ese ataque también asesinaron a dos periodistas de Reuters, uno de Il Corriere della Sera y un traductor.
El primero de los periodistas asesinados de los que se recogen datos fue Luis Espinal. A Espinal lo secuestraron y lo torturaron previamente un grupo de paramilitares en La Paz, Bolivia, en 1980. Juan Antonio Rodríguez, fotógrafo de El País, fue abatido por soldados estadounidenses en Panamá en 1989; Jordi Pujol Puente, fotógrafo de Avui, fue alcanzado por una granada en Sarajevo en 1992; Luis Valtueña, que trabajaba como fotógrafo para la Agencia Cover, fue asesinado por guerrilleros en Ruanda en 1997 junto a dos cooperantes españoles; y el cámara Miguel Gil Moreno, que trabajaba para Associated Press, fue alcanzado por disparos de los rebeldes en Sierra Leona el 24 de mayo de 2000.
Los riesgos de los periodistas en conflictos, no solo el asesinato
La muerte no es el único riesgo al que se enfrentan los periodistas en el ejercicio de su profesión en lugares conflictivos. La última represión conocida sobre periodistas españoles fue el largo secuestro, 299 días, al que Al-Qaeda sometió a Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López en Siria en 2015.
Pampliega relató en primera persona su cautiverio en la novela biográfica “En la oscuridad”. Desde la casa de sus padres en Madrid, a la vuelta, el periodista no solo narra el padecimiento de esos diez meses, sino que reflexiona sobre la precariedad de una profesión que, en casos como el de corresponsal de guerra, trata la vida humana del trabajador como un objeto de saldo.
Muchos de los llamados “corresponsales de guerra” son trabajadores por cuenta propia que corren con sus gastos de desplazamiento, manutención, hospedaje, traducción y otros servicios necesarios para moverse en países en conflicto. A veces, lamentan en sus propios relatos, cuentan el día a día de una guerra por 35 euros la crónica, a repartir con un fotógrafo.
“De pronto, nos extraña el apagón informativo sobre guerras como la de Siria, no saber si continúan en guerra o no, porque no vemos información en los medios. Pero ningún periodista se atreve a jugarse la vida día a día si ni siquiera cuenta con el sostén básico que supone la acreditación de un medio de comunicación concreto. Esto va en detrimento de la libertad de prensa y del silenciamiento de algunos conflictos. Sin alguien que los cuente, los conflictos no existen. Y sin presencia y control internacional, los atropellos a los derechos humanos pueden ser mayores y quedar impunes”, advierte Laura Estévez, secretaria de Comunicación y Estudios Sindicales de USO.
Un Día Internacional del Periodista que recuerda a 20 periodistas muertos y 246 encarcelados en 2020
20 periodistas han sido asesinados por el simple hecho de hacer su trabajo, de ser periodista e informar, en lo que llevamos de 2020. También han matado a 3 colaboradores. Son datos que recoge el barómetro de Reporteros sin Fronteras y que también estudia otras violaciones a la libertad de prensa en la persona de quienes la ejercen: periodistas y otras personas indispensables para su labor.
La muerte es el peor castigo, pero no el único. Hay 244 periodistas encarcelados hasta la fecha, 14 colaboradores y 117 periodistas ciudadanos. Esta figura es importante no solo en guerras, sino para conflictos en países que viven bajo una dictadura. Como hemos visto, en algunos conflictos ya no hay periodistas profesionales: bien porque los medios no están dispuestos a enviarlos en condiciones dignas de seguridad y salario, o bien porque sus fronteras son infranqueables para los informadores. También su labor, informando a través de redes sociales o de estaciones de radio clandestinas, está perseguida y castigada por quienes detestan las libertades.
“Los medios digitales han puesto a disposición del ciudadano de a pie canales para difundir mensajes de corte periodístico. Hay regiones desde las cuales solo sus propios habitantes pueden contar qué está pasando. También este ejercicio de libertad de expresión se convierte en un factor de riesgo para ellos”, explica Estévez.
Los países más peligrosos para ser periodista son Irak y México, que suman 4 periodistas asesinados cada uno en 2020. Pero, en cuanto a encarcelados, destacan también China y Turquía.
El periodismo, actividad esencial durante el covid
Este “año covid” ha supuesto cambios drásticos para la labor periodística y de todos los profesionales de la comunicación. El estado de alarma limitó la cobertura de la información, dificultó grabaciones, entrevistas, trabajo en redacción… y digitalizó a marchas forzadas las labores no adaptadas. Nos hemos acostumbrado a una práctica que anteriormente se consideraba “de mala calidad”. Por ejemplo, ver entrevistas a través de pantallas de ordenador o grabaciones caseras de declaraciones.
Pero los periodistas nunca dejaron de trabajar. Los medios de comunicación estuvieron en la lista de actividades esenciales que no podían parar. Frente a informaciones confusas y grandes bulos malintencionados, el periodismo reivindicó su lugar.
“Todo ello, sin que llegaran las ansiadas mejoras laborales para sus profesionales. Antes de que se generalizara la figura del falso autónomo por la eclosión de las plataformas digitales, los periodistas ya padecían externalizaciones y ‘contrataciones’ como falsos autónomos. De hecho, es una práctica más que generalizada en los medios de comunicación y, especialmente, en la televisión. No solo en las privadas, sino en las televisiones públicas. Esto supone un mayor control de la información por parte de los directivos, sean empresarios o gobiernos: la precariedad de los trabajadores o su contratación a través de otras empresas en vez de por oposición provoca un mayor miedo a informar verazmente por el temor a las represalias y despidos”,
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